martes, 24 de junio de 2008

Con tanta madera, hacemos una hoguera

Uno de los efectos colaterales de la descentralización administrativa tan aberrante del Estado en la democracia española es, sin duda, ese ente ortopédico existente en toda villa española llamado Policía Local. Sin duda un gran estorbo para los españoles en su doble personalidad jurídica: una molestia para los ciudadanos, una carga adicional para los contribuyentes. Algo totalmente prescindible, en definitiva.

Por naturaleza este cuerpo de seguridad debería tener como principal función y cometido precisamente ése, el de garantizar la seguridad en las calles, el orden y la ley. Proteger al ciudadano y ayudarle frente a situaciones delictivas, problemáticas, violentas o de necesidad urgente. Eso, en teoría. Pero de ahí a la práctica hay un trecho, y grande.

La Policía local es un cuerpo absolutamente prescindible en la sociedad actual, que se mantiente debido a que constituye un grupo de apoyo importante para cualquier candidato a la alcaldía en cualquier ayuntamiento de la geografía nacional, amén de ser un cuerpo de seguridad exigido según el sistema vigente. Hasta el más tonto del lugar sabe que si se gana el favor de los municipales (la manera de ganarse dicho favor queda a expensas de la imaginación del alcaldable de turno) tendrá un importante apoyo electoral (susodichos, familiares e incluso amigos). Nuestra democracia, largamente anhelada y cuyos efectos colaterales no han sido aún debidamente analizados, da lugar a hechos totalmente vergonzantes pero que, según parece, no importan a nadie, Porque, aquí, quién más y quién menos, mete mano en el asunto, de alguna u otra forma.

Por consiguiente, la necesidad de contar con una fuerza de orden público y policial de carácter municipal da la oportunidad a que gente inútil, completamente inservible para la res publica, individuos fatuos y calamitosos, puedan parasitar de forma continua a costa del Estado de forma perpetua, durante toda su vida. Y no sólo eso, sino que la Policía Local da lugar a que éstos mismos sujetos puedan gozar de un status público y social alto, puedan lucir vanidosamente uniformes y placas cual capitanes generales, y, lo peor de todo, puedan abusar de la propia autoridad que no les compete ante sus conciudadanos, alimentando así las ansias de figurar y la fatuidad de personajes absolutamente estériles que de otra forma no tendrían cabida en la sociedad. Para esto es para lo que vale la madera municipal, para incomodar, molestar, y joder, en una palabra, al ciudadano corriente y moliente que intenta subsistir como buenamente le es posible.

Así que esto es lo que hay. ¿Cómo es posible que yo con mis impuestos le esté pagando a estos mendrugos un sueldo muy sustancioso por una labor de mierda? La democracia es la razón. Ojo, no la democracia en sí, sino la interpretación arbitraria y boba de la mayoría paleta que nos rije. Mayoría paleta que es elegida electoralmente por una masa aún más indocumentada, pero ésa es harina de otro costal. La policía local, cuyas competencias son difusas y cuya autoridad es discutible, se beneficia de una remuneración muchísimo mayor que, por ejemplo, la que reciben cuerpos de seguridad mucho más eficientes y eficaces como la Guardia Civil o la Policía Nacional.

En un pueblo de menos de 20.000 habitantes, como es el caso de Chipiona, no hay delincuencia suficiente para justificar que una plantilla notoria de policías locales patrullen unas calles que de por sí son seguras y fiables. No hay justificación. Entonces, como es normal, tienen que buscar una ocupación para rellenar el día, y cuando no hay de qué ocuparse, a estos zotes con porra y pistola se les nubla su ínfima imaginación, y tienden a comportarse como Clint Eastwood en la saga Harry el Sucio pero, obviamente, sin su clase, sin su aplomo y, por supuesto, sin sus valores, porque, ¿qué valores pueden albergar estos tiparracos que no saben ni hacer la o con un canuto? Entonces vienen los problemas. ¿Dónde estáis los días de carnavales donde el pueblo es tomado al asalto por una turba infecta de canorros sin control? ¿Dónde estáis los sábados por la noche cuando la gente sale a la calle y se producen problemas? Escondidos como ratas. Eso sí, para incomodar a la gente que no provoca altercados, sí que sois muy valientes.

Es una vergüenza que estos agentes, que se juegan la vida en la lucha antiterrorista, en la protección de los caminos rurales, en la seguridad urbana, en la lucha contra la delincuencia y la mafia a escala nacional, cobren menos que unos tipejos que no tienen otro mérito en la vida que el haber superado unas pruebas físicas dudosas. ¿Cómo es esto posible? Qui lo sá, pero la realidad es que, mientras unos se baten el cobre ante terroristas y delincuentes muy profesionales, otros se pasean por su ciudad natal en buenos todoterrenos y motos modernas y sotisficadas. Mientras unos mueren en acciones de riesgo frente a miembros de ETA o Al-Quaeda, otros no tienen cojones de separar a desechos humanos en peleas barriobajeras y se dedican a incordiar y molestar a gente normal que deambula por la calle a las 4 de la mañana sin molestar a nadie Y esos mismos son los que se dan de baja en cuanto llegan los carnavales. Los que vacilan a sus paisanos por llevar coche oficial y pistola. Mindundis que no han pegado un tiro en su vida, y crían barriga cervecera mientras los policías de verdad persiguen a etarras en Francia. Me cago en vosotros, inútiles, ineptos de pacotilla, fantoches con uniforme. Ganáos el sueldo sacando patatas en el campo, que en la ciudad no se os requiere.

Esta es la verdad, y lo demás son milongas. No sois más que el pueblo al que "protegéis", porque el pueblo es el que os sostiene con sus impuestos, y no tenéis catadura moral para daros cuenta de ello y respetarnos. Estáis aquí para servirnos, no para serviros de nosostros, y ésto es lo que no comprendéis. Sois funcionarios pero con la potestad, arrogada por un sistema de mierda, de deternos y mantenernos una noche en comisaría porque vosotros lo valéis, así, por la cara. Que no se os ocurra, a vosotros que sois jóvenes y no conocéis las cosas, negarle el DNI a un paleto con placa cuando os lo pida por la noche, ni se os ocurra inquirirlos acerca de porqué no están ellos deteniendo a la morralla que roba coches y apaliza a nuestros chavales en verano en vez de estar multando a trabajadores que madrugan para ir al campo en vespino, por no llevar el casco. No se os ocurra, porque si no, la ira de estos robocops caerá sobre vosotros.

Con tanta madera, hacemos una hoguera. Voto por la abolición total de este cuerpo fútil y deficitario. Voto porque estos mentecatos a los que el sistema da la oportunidad de creerse superiores por llevar gorra y placa hayan de buscarse la vida como todo el mundo, y voto porque el sueldazo y las horas libres que estos parásitos aprovechan, sean dedicadas a profesionales mucho más útiles y necesarios para la sociedad, como la Guardia Civil o la Policía Nacional. Que, en definitiva, son los que nos protegen y nos aseguran. Cuando tenemos algún problema serio, ¿a quién recurrimos? Nos quejamos y nos burlamos de ellos, pero, ¿qué sería de nosotros sin la Guardia Civil? Es la única barrera que nos separa de la jungla y la civiliazación.

Municipales, de mis impuestos no. Idos a mamarla, paletos con placa.

jueves, 19 de junio de 2008

De Breda a París


Cerraba ya la noche sobre el cielo de París. Refrescaba un poco, a pesar de estar ya bien entrado junio, y el verano. Las calles del centro, como antes la de los arrabales de la periferia, recibían, desiertas y sepulcralmente silenciosas, a los blindados oruga de la Nueve, la IX Compañía del Regimiento del Chad. Cruzaban la capital de Francia aquel 24 de junio de 1944 firmes, sin prisa pero sin pausa, conscientes de ser la avanzadilla del tan deseado y esperado ejército Aliado que vendría a expulsar de París a los alemanes. Dentro de los tanques, apiñados y expectantes, tensionados ante un posible ataque, los soldados aliados sabían que estaban entrando en la Historia. La mayoría de los componentes de la Nueve, comandada por el Capitán Dronne, eran españoles, y habían luchado contra el fascismo en la Guerra Civil y luego, exiliados y sin nada que perder, habían conducido al ejército de la Francia Libre de De Gaulle desde el corazón de África hasta los Campos Elíseos a golpe de fusil, dejandose la vida en el empeño, luchando por la Libertad en Europa, la misma Libertad que habían perdido en su patria.

Llegaron, sin contratiempos, hasta la plaza del Ayuntamiento. Por allí, para asombro de los ciudadanos franceses que asistían esperanzados al acontecimiento desde sus casas, desfilaron los carros de combate Guadalajara, Madrid, Jarama, Ebro, Teruel, Belchite, Guernica, Brunete y Don Quijote. Formaban parte de las dotaciones correspondientes a la I, II y III secciones de la IX Compañía, mandadas por un zaragozano, un madrileño, y un andaluz. Con los nombres de las célebres batallas de la guerra española en el morro y los flancos de los tanques, los spaniards habían echo fortuna en la guerra mundial, obteniendo una fama de aguerridos, intrépidos y algo temerarios a la hora de entrar en combate.

A eso de las nueve y media de la noche, el oficial madrileño Federico Moreno, junto con el andaluz Monto y el aragonés Martín Bernal, además de sus segundos, parlamentaba sobre las nuevas órdenes recibidas. Según el Alto Mando, en la calle de los Archivos, muy cerca de donde se encontraban, había un nido de resistencia alemán que debía ser abatido. Hacia allí se encaminó el Guadalajara, con tripulación extremeña. Por las cercanías del Arco del Triunfo de Napoleón y por los aledaños de los Campos Elíseos patrullaban, a bordo del Fort Star, más combatientes republicanos españoles. El primer choque con las fuerzas nazis lo sostuvo el blindado Ebro, mandado por el canario Campos y conducido por el catalán Bullosa. Ésos fueron los primeros disparos de las fuerzas aliadas en París...

En las torretas de los tanques de la Nueve, banderas tricolor, de la República añorada y perdida, ondeaban en el cielo de París. Algo inusual, ya que en el ejército de la Francia Libre sólo se permitían banderas francesas. Pero, como afirmó el Capitán Dronne y el propio De Gaulle (a quién protegerían luego en Notre-Dame los mismos spaniards), ésa era la bandera de su patria, al fin y al cabo. Hombres duros, hoscos, soberbios y aguerridos. Hombres que fueron fruto de ocho siglos de degollar moros; hechos a pelear cada palmo de tierra, cada plaza y cada villa. Españoles arrogantes y soberbios, que lucharon en Flandes, en Italia, en América, en Filipinas,...nacidos en una tierra reseca y áspera. Hombres que todo lo aguantaban en cualquier asalto, pero que no soportaban que les hablaran alto...

Los parisinos que contemplaron el desfile del destacamento de los liberadores de París afirmaron que se oyó, desde los arrabales a la Torre Eiffel, una cancioncilla simple y sencilla, alegre, y por supuesto, en la lengua de Cervantes: ¡somos rojos españoles...