jueves, 17 de abril de 2008

Océano


Océano bravío, furibundo en las noches de vendaval en marzo. Atlántico, feroz, iracundo mar, portentoso tridente de Neptuno que se eleva insaciable sobre las arenas y engulle la playa. Atlántico colosal, que se eleva en las tardes tempestuosas del gris otoño y amenaza con fenomenales rugidos a un pueblo durmiente y sobrecogido.

Océano imponente en su recogimiento vespertino, cuando el sol riela su luz sobre las aguas tranquilas, trazando un sendero desde la orilla al infinito. Atlántico apacible, misterioso y sugestivo. Luminoso en las noches de verano. Guardián de Chipiona, dorado y salíneo en el estío caluroso, azul, frío y gélido en el invierno cerrado y húmedo.

Océano divino, atalaya desde la que contemplar el rincón arenoso donde los antiguos creían que descansaba el tartésico Argantonio. Los romanos te arrendaron parcelas de roca dura y ostionera en las que construir corrales eternos que legar a Chipiona y crear el arte inmemorial de la pesquería. Corrales que inundas tú, océano prodigioso, para dejarlo preñado de peces con los que alimentar al hambriento; corrales que son fortines con los que defenderse a ballestazos de los piratas venidos de la Berbería para robarte tus frutos.

Mar Océana portentosa, que en tu seno albergaste las naves que descubrieron un Nuevo Mundo, abrigando el manantial continuo de oro y plata. Como hormigas lejanas y laboriosas, podían contemplarse la magna flota desde tus orillas, frente a la barra de Sanlúcar, con el rumor sereno y tranquilizador de la marea muriendo frente a Chipiona.

Océano duro y trágico, que tantas vidas segaste, tantos buques hundiste, tanto oro enterraste en tus tinieblas, en cobro por tu contribución al florecimiento de tantas civilizaciones que encontraron cobijo frente a tus aguas.

Océano idílico, donde me zambullo y nado libre en los mediodías intemporales de agosto, cuando me sumerjo y veo el cielo a través de tu atlántico cristal opaco y burbujeante, en las profundidades abisales de la eternidad, y me reencuentro, naciendo de nuevo cada vez que me fundo con tus aguas cuando me abrazan.

Océano furioso que se viste de acero cuando el cielo plomizo descarga la lluvia estival, y su superficie refleja las nubes grises, británicas, que convierten el baño en una fiesta del agua, la que está y la que cae, la que viene y va y la que riega la tierra desde los altares olímpicos.

Océano, mar tenebroso, frontera secular entre lo conocido y lo ignoto. Cueva de dragones, hipogrifos y bestias fantásticas que ningún cristiano se atrevió a cruzar hasta que el genovés que partió para llevar al mundo hacia el otro lado de tu laguna de tinieblas y centellas oscuras.

Océano cálido que entierra mis pies en la arena orillada por las olas que van a morir a mí, queriéndome llevar, queriéndome arrastrar hacia la profundidad de su grandeza.

Océano inabarcable, cuya brisa me empuja en la carrera alegre sin rumbo que emprendo por la espumosa orilla, donde a veces me revuelco, feliz, entre la arena, la sal y las olas que mecen mi cuerpo. El salitre que impregna mi piel me identifica, habla a gritos callados sobre mi origen, mientras el sol a mi espalda me acompaña siempre, allá donde esté, porque siempre iré hacia el mismo sitio: hacia el final de las playas de Chipiona, allí donde la Cuba ruge en las pleamares nocturnas e implacables, donde se pierde la razón y vence el misterio y la leyenda de esta tierra ancestral que no sabe si es mar o arena, espuma o retamas, dunas o sal.

Océano protector, que dibuja con su pincel el contorno de mi pueblo, que embate sus muros en Regla y desgasta la piedra de las Canteras; que entra en forma de lenguas imperiosas hasta la Pañoleta, queriendo ver la Parroquia y la plazita de la Iglesia en las noches solitarias de los inviernos fríos; que deja recodos donde pintar un atardecer y se calma, con poesía y lírica, para recibir a la Virgen morena cada 8 de septiembre con su faz más dorada, serena y humilde.

Océano Atlántico, gestor de vida, juez letal, horizonte eterno que vigila, cuida y lame las orillas de este pueblo mío, que tiene en ti su razón de ser y de existencia.


1 comentario:

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