domingo, 10 de agosto de 2008

Yo mismo

No sé. Me encuentro vacío. Sé que los domingos no son un gran día para reflexionar, directamente los domingos son detestables. Pero, aparte del sopor, y la desgana propia de una buena resaca, hay algo más. Siento que me estoy perdiendo algo, como si yo mismo fuera el último de la fila. Me da la sensación de que la vida pasa y yo estoy ahí parado, en el andén, mirando cómo avanza el tren, sin pararse, sin darme la oportunidad de subirme. O quizá peor, quizá soy yo el que no quiere, o no sabe, subirse. De todo hay.

Cae plomo fundido fuera, y algunos problemas mundanos entretienen mi mente. Pero son cosas superficiales, lo verdaderamente importante lo tengo fjado en mi cabeza como si fuera una marca de fuego. Y realmente no sabría especificarlo, no sabría ponerle un nombre, "me pasa esto", no. Es un algo difuso, y confuso. Es un vacío existencial, es una certeza triste: si yo mañana desapareciera, el mundo seguiría igual. Nadie se enteraría, nadie me reclamaría, nadie lloraría ni nadie me echaría en falta. Pero, ¿por qué? Lo tengo todo para estar plenamente autorrealizado, pero me falta algo. Y desde hace tiempo sé que lo que me falta, ese algo, está dentro de mí pero en algún rincón ignoto de mi mente, de mi alma, al que no consigo acceder.

Esto se está pareciendo cada vez más a un psicoanálisis, y no soy yo un tipo propicio a la autocompasión y el lamento. Sé, que las cosas son como son y ya está. No hay un Dios, no hay fuerzas supraterrenales, no hay magia, no hay nada, simplemente estás tú y el mundo, y apañatelas. Eso lo tengo claro, por eso yo no achaco nada a la mala suerte, a los santos ni al empedrado, aunque a veces tenga la tentación de hacerlo porque el ser humano inventó todo esto para justificar lo que no conocía. Sé que si algo ha de cambiar, tendrá que salir dentro de mí. Y precisamente eso es lo que me asusta, porque me conozco bastante bien, y dudo de mí.

No se puede decir que sea un infeliz o un amargado. Nada más lejos de la realidad. Soy un tipo afortunado, tengo pocos pero buenos amigos, aquí y allí, cerca y lejos. Gente que, en realidad, yo no merezco, pero que las circunstancias han puesto ahí y yo me alegro soberanamente de que sea así. También tengo algunas cuitas sin importancia, porque son asuntos vanales que sólo en días como hoy, domingo de resaca, turban un tanto mi ánimo desgarbado y apático. Estoy contento de ser quien soy, pero vuelvo a lo mismo: me falta algo. Me siento solo muchas veces, aunque esté rodeado de mucha gente. Tengo miedo de que el tiempo pase y pase y un día la vida me encuentre solitario, acartonado y melancólico, lamentando tiempos pasado. ¿Estoy malgastando la vida?

¿Podré alcanzar lo que deseo? A veces me gustaría liberarme de mi piel y volar hacia un cielo donde sólo haya luz, mar y sabiduría. La lucidez trae consigo la amargura, bien que lo sé. Muchas veces pienso que soy demasiado lúcido, demasiado consciente, demasiado reflexivo, y por eso me asalta la soledad y la nostalgia con demasiada frecuencia. Puede ser. Me gustaría ser mediocre y no preocuparme nada más que de mí mismo, de mi barriga y de mi entrepierna. Ojalá. Pero no consigo ser así. Soy esclavo de mis genes, y de mi mente.

Posiblemente todo este tochazo sólo lo comprenda yo, y aún así tengo mis dudas. Posiblemente esto sólo sea producto de un domingo resacoso y triste, de la abulia veraniega y de la inactividad que me corroe. Quizá la rutina me vuelva a traer la paz, y el afecto perdido. Posiblemente yo esté así porque la quiero con toda mi alma y no sé cómo decírselo y sé demasiado bien que ella es una quimera imposible de alcanzar y eso me destroza, porque es perfecta, es mi sueño, es mi alter ego, mi hurí. Si yo fuera musulmán, en el paraíso sólo habría una hurí y sería ella. Sé que estoy haciendo el ridículo de forma catatónica, pero no puedo evitarlo. Esto es algo consustancial a mí. No puedo evitar evocar sus ojos grandes como soles y pensar que porqué no, sabiendo que es que no, como que el mundo es mundo. Las cosas son así, yo llegué tarde, la conocí demasiado tarde y no soy lo suficientemente atractivo en todos los niveles, y punto. No es ningún drama sino la puta realidad. Y aparte de ella, pues está todo lo demás.

Como si fuera la constatación de que todo lo que conozco, el mundo tal y como lo conocí y me lo enseñaron, se está yendo a pique lenta, muy lentamente, pero sin pausa e irremisiblemente. Como si fuera la constatación de que estoy rodeado de mediocridad, que esto es una ciénaga de incultura, ignorancia, simpleza, cursilería y desfachatez, donde hay pocos tulipanes que florezcan entre los cardos. Como si fuera la constatación de que soy el que soy y no tengo remedio, y que nací así y moriré así, y nací solo y moriré solo no porque la suerte sea muy perra sino porque mi carta genética así está diseñada. Como si fuera la constatación de que mi hurí es alguien infinitamente mejor que yo y que jamás lograré ser quien la desvele. Como si fuera la constatación de que, a pesar de todo, voy a seguir remando porque no me queda otra, voy a intentar vivir como un hombre coherente conmigo mismo, y que, cuando esté hasta los cojones, mis únicos consuelos será la pluma, el libro, la botella y, como los espías en tiempos de guerra con la cápsula de cianuro por si los capturaban, un cañón de escopeta lobera, negro como la noche, negro como boca de lobo.

No me echéis mucha cuenta.

No hay comentarios: