martes, 9 de septiembre de 2008

La amenaza invisible

Estaba yo el otro día cargándome unos cubatas en la playa, frente a las casetas de la velada de mi pueblo, con la adorable brisa del mar convirtiéndose en jodida rasca pre-otoñal, cuando, mientras miraba a las estrellas, reflexionaba acerca de hechos curiosos e indicativos que sucedían a mi alrededor.

Yo, que no soy un amante apasionado de las ferias y jolgorios locales de este tipo pero que acudo a la de mi pueblo por obligación natural, supongo que en todas las festividades de esta clase que en España son, ocurrirá lo mismo: decenas de rumanos invadían el recinto ferial, pululando de aquí para allá, ofreciendo sin descanso tabaco, gafas de colores fluorescentes y de luces parpadeantes, flores de plástico y otras variadas baratijas. Decir que ofrecían sin descanso es ser quizá demasiado benévolo. En la mayoría de los caso, estos gitanos del este que hablan un dialecto del latín eslavizado, se interponían entre los corrillos de gente, casi exigiendo que les compraran sus mierdas, de un lado a otro, una y otra vez, a veces con unos modos totalmente acordes a sus bárbaras procedencias. Inaudito.

Yo, que soy una persona bastante desocupada y que posiblemente encuentre en ese hecho la causa de mi capacidad de abstracción fuera de la media, en seguida abstraí del hecho en sí (ridículo y cañí a más no poder, rumanos malolientes y maleducados vendiendo tabaco y gafitas de colorines a pueblerinos borrachos que los utilizan como motivos de mofa, vaya cuadro) unas cuantas de reflexiones que a continuación expongo aquí en el vacío de la blogosfera interespacial.

Pienso que ellos son la amenaza invisible que se cierne sobre España y, por ende, sobre Occidente. Ellos, sí. Los bárbaros del siglo XXI que acechan tras las fronteras del imperio civilizado, ansiosos de gozar el elevado nivel de vida de los occidentales, ávidos de la privilegiada condición social y económica que nos presta el capitalismo y el libre mercado, locos por matarse a trabajar para ganar mil euros al mes con los que comprarse la Play 3 y un BMW y beber hasta reventar todos los fines de semana. Es comprensible, quieren lo que nosotros tenemos, y como nosotros no lo exportamos a sus países, ellos lo vienen a buscar aquí, claro. Con el consiguiente mamoneo.

Son la amenaza invisible porque todos, moros, negros del África profunda, turcos, rumanos, indios, pakistaníes, chinos y sudamericanos vienen aquí a trabajar más que nosotros; a desarrollar las labores más ingratas que los occidentales despreciamos; procrean y tienen más hijos que nosotros, y, sobre todo, ellos aún creen en algo, vienen de sociedades fuertemente tradicionales donde aún perviven las reglas, las costumbres, los mitos, los dioses y las leyes morales. Y no entro a juzgar la bondad o maldad de dichas normas que rigen fuera del mundo civilizado, pero la evidencia es que mientras Occidente se revuelca indolentemente en los placeres fatuos y en la charca de la evolución tecnológica, social, política y económica, aburguesado, acomodado en los vicios, sin creer en nada, sin asumir riesgos ni responsabilidades, rechazando la moral judeocristiana que nos guió durante 2000 años, ahogando el vacío en cocaína, marihuana, consumismo compulsivo y alcohol, ellos, los emigrantes, vienen aquí sabiendo todo eso y sabiendo que algún día esto será suyo, o acabarán como nosotros: acomodados en la placidez de la nada.

Esto es así. Y también lo comprendo. Occidente ha sido el faro de la Humanidad desde que en Grecia se encendió la bombilla del Hombre, y desde entonces, la fuerza telúrica que nos ha mantenido en marcha, la fuerza que nos ha vertebrado y nos ha impulsado a conquistar el mundo y descubrir los límites de la razón y de lo desconocido, han sido las religiones: el politeísmo antiguo, el judaísmo y luego la Iglesia de Pedro. Esto es así. No entro a valorar si para bien o para mal, pero así han sido las cosas y las prohibiciones, el miedo al infierno, los dogmas de fe y la promesa del Reino de los Cielos nos hicieron lo que ahora somos. Y justo ahora que nos hemos despojado de los mitos y de la superstición, justo ahora que Dios ha dejado de ser el centro de la vida del Hombre, justo ahora que la Razón ilumina el camino y somos libres, libres para vivir y autorrealizarnos sin que nos puedan llamar ignorantes o analfabetos, justo ahora que, en definitiva, hemos apagado la luz del faro que nos ha guiado desde las Termópilas hasta Normandía, esto se va a pique. Y ahí están ellos, acechando.

Nuestras tasas de natalidad son paupérrimas. Somos líderes en consumo de drogas y en abuso del alcohol. Las Iglesias están vacías, pero no hay ningún credo o ninguna ideología que tome el testigo y nos haga creer a todos juntos en poder alcanzar alguna meta. Occidente no tiene motor, y la gente se evade, simplemente. El hedonismo sin más nos tienta y caemos en él. Cualquier cosa con tal de no afrontar un reto. Y ellos están ahí. Son los panchitos, los mohamed, los sudacas, los gitanos que venden tonterías en las ferias, los que cuidan a nuestros viejos y limpian nuestra mierda. Se reproducen más, producen más, gastan menos y tienen un objetivo. Y dado el actual estado de las cosas, sólo pueden ocurrir dos ídems: que la segunda o tercera generación de hijos de emigrantes, nacidos y criados en nuestro sistema, se dé a la evasión general que predomina en nuestra sociedad, lo cual parece bastante probable porque esos hijos, sin raíces en sus países de origen, sin tantos vínculos y criados igual que nuestros hijos, derivarán igual. O eso, o que se adueñen definitivamente de todo. Roma se sustentó exclusivamente en las legiones y en los esclavos, sin producir, mientras sus ciudadanos renunciaban a hacer lo que a sus abuelos les hizo grandes, por creerse superiores.

Estamos dejando que sean nuestros siervos. Y los siervos también se revelan. Sobre todo si seguimos tratandolos como tal, y, más aún, si seguimos con políticas buen rollistas, el talante y la alianza de civilizaciones. Políticas de mierda elaboradas por políticos de mierda. Cero autoridad, leyes más flexibles. Menos policías y soldados emigrantes. Je je, es de risa. ¿Alguien cree que un moro a sueldo del Reino de España luchará contra sus primos del Atlas de igual modo que un español que pelea por su supervivencia en una hipotética guerra en el Estrecho? En Italia ya los están largando. No es que estemos en peligro inminente, pero la amenaza es silenciosa y continua. La única manera de abortarla es integrarlos en nuestras sociedades bajo nuestras reglas y bajo nuestras normas, sin excepciones, sin debilidades, sin miramientos. Y establecer un cupo. Y el que no quepa, que se vaya. A otro sitio. O que no salga. Es triste y todo el mundo tiene un corazón. A nadie le agrada que seres humanos mueran ahogados en pateras mientras buscaban una vida mejor y más justa. Pero la vida ni es justa ni es benévola, es la que es, y punto. Y este no es el mundo de yupi. No ofrecemos ningún marco, ninguna autoridad, les dejamos abiertas en canal nuestras debilidades, les damos la llave de nuestra vulnerabilidad, y cuando nos queramos dar cuenta, seremos nosotros los que tengamos que saltar la valla y nuestros hijos los que tengan que reconquistar Occidente. ¿Puede llegar tal extremo? Es muy probable. Vivimos en la adolescencia perpetua, preocupándonos por putas banalidades, frívolos y consentidos.

Y mientras, los rumanos seguirán dando la murga en las ferias de los pueblos españoles, mientras los nativos se ponen hasta el culo de todo lo ponible. Je je, menos mal que siempre nos quedarán los clásicos.

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