La espesa bruma que manaba aquella primaveral mañana de 1248 desde las aguas del río Guadalquivir era cortada por los afilados cascos de las naves de la poderosa escuadra castellana comandada por Ramón Bonifaz. La escuadra, compuesta por 5 galeras construidas en los astilleros de Santander y por 13 naos procedentes de varias villas de la costa cantábrica, completaba el último tramo del río al que los romanos llamaron Betis antes de llegar a Sevilla, o Isbilya, según la toponimia árabe. La flota, que era la punta de lanza del ejército del rey Fernando III de Castilla y León, tenía por misión cortar la única vía de suministros y ayuda de la ciudad asediada.
El rey Fernando, luego llamado El Santo, había rendido Córdoba, la gran capital musulmana, el símbolo del poder perdido de Al-Andalus. Había llegado como un rayo de esperanza para unificar Castilla y León y unir bajo su cetro a todas las fuerzas activas de la nobleza castellana en la lucha contra el Islam. Había reclutado un imponente ejército y había avanzado hacia el sur conquistando importantes plazas y villas en su camino hacia Córdoba y Sevilla, sus grandes objetivos. Durante todo su reinado había conquistado más tierras a los musulmanes que todos los reyes cristianos de la península desde que comenzara la Reconquista, allá por los tiempos de Don Pelayo. Ahora ansiaba dominar el valle del Guadalquivir y llegar al mar, conquistar la bahía de Cádiz y alzarse en el estrecho para cruzar las aguas hasta África y combatir a los musulmanes allende de las Columnas de Hércules. Pero para eso necesitaba ocupar Sevilla, y para eso, era necesario Ramón Bonifaz.
Oriundo de Laredo, Ramón Bonifaz era alcalde de Burgos cuando, en Jaén, se unió a la empresa conquistadora del rey Fernando. Éste, consciente de que la única manera de someter Sevilla era cortando sus comunicaciones fluviales con otros reinos musulmanes de África, le ordenó crear la Marina de Castilla para éste fin. Así pues, mientras Fernando III cercaba la ciudad por tierra y la hostigaba con escaramuzas esporádicas, Ramón Bonifaz disponía la construcción de la flota castellana en su Cantabria natal. Y para la marinería, Bonifaz levantó la leva en su tierra y reclutó a hábiles y experimentados marineros montañeses para su arriesgada empresa. Cuando todo estuvo listo, a finales de 1247, la primera escuadra real de Castilla emprendió rumbo al sur.
Allí, en el estrecho de Gibraltar, junto al peñón, le esperaba una flota musulmana costeada por el rey de Sevilla y sus aliados norteafricanos, a la cual vencieron gracias al arrojo y veteranía de los marineros cántabros. Luego remontaron el indefenso río y subieron, sin encontrar apenas resistencia, hacia las mismísimas puertas de Sevilla.
Allí se encontraban ahora, con Ramón Bonifaz a la cabeza, prestos a ejecutar el plan de ataque que el valeroso guerrero de Laredo había preparado para asestar el golpe mortal al Reino de Sevilla. En tierra, en el Real de Tablada, el rey Fernando esperaba ansioso con sus huestes, ansiosos por entrar en combate de una vez por todas. Antes del ataque final, y según la leyenda, el rey Fernando, un atrevido noble castellano y Ramón Bonifaz cometieron la osadía de entrar en la plaza fortificada por un portillo mal defendido, de noche y sigilosos, para recorrer la ciudad ante las narices de sus defensores y admirarse ante el magnífico alminar de la mezquita mayor de Sevilla, similar, según las crónicas, al de la mezquita de Marrakech, en Marruecos.
Tras esta proeza temeraria y heroica, Bonifaz volvió al mando de la escuadra. En Sevilla existían dos torres de vigilancia a la entrada del río en la ciudad. Una era la llamada Torre del Oro y otra, situada en la otra orilla justo en frente. Entre ambas torres, unido por unas enormes cadenas de hierro, se encontraba un inmenso puente de barcas, que los defensores musulmanes habían emplazado allí para defender la ciudad de un ataque por el río. Ante esta situación, Ramón Bonifaz, en una decisión arriesgada y temeraria, resolvió atacar con toda su flota al puente de barcas, no sin antes haber reforzado los cascos de sus barcos para el impacto con las cadenas. Los musulmanes, que no esperaban esta respuesta, asistieron atónitos al sublime impacto de la escuadra castellana contra su puente de barcas, y a la destrucción del punto más débil de su entramado defensivo.
Asediada por tierra y por el río, cercada y sin posibilidad de ser ayudada, la ciudad recibió continuas incursiones y ataque castellanos, que cada vez llegaban más lejos viendo la debilidad de sus defensores. El 23 de noviembre de 1248, el rey de Sevilla capitulaba ante Fernando III de Castilla y León y la ciudad y el valle del Guadalquivir, así como muchas villas aledañas y cercanas del Aljarafe sevillano caían en manos cristianas, siglos después. Los defensores engrosaron las filas del reino nazarí de Granada, o fueron deportados a África, o simplemente, se convirtieron en esclavos.
Ramón Bonifaz fue investido por el rey Santo como Almirante de Castilla y hoy en día, en un tiempo en el que el pueblo ha olvidado su Historia y a sus héroes, una estatua recuerda a Ramón Bonifaz, oriundo de Laredo y alcalde de Burgos, junto al rey Fernando y otros héroes olvidados frente al ayuntamiento de la ciudad que conquistaron, Sevilla.
Las cadenas rotas, la flota montañesa que conquistó el Guadalquivir y la Torre del Oro, como homenaje a los intrépidos marineros cántabros, forman parte del escudo de Cantabria, de Santander y de su Historia.