viernes, 22 de febrero de 2008

Maratón, Termópilas y Salamina


En agosto del 490 a.C., en una extensa playa de la costa oriental del Ática, lugar llamado Maratón, un ejército de 15.000 atenienses y platenses arrolló a los más de 30.000 persas que componían la invencible armada del Gran Rey Darío I de Persia, dirigida por el noble Datis. Liderados por Milcíades, los atenienses cubrieron, con una carrera suicida y temeraria, la distancia que los separaba del campamento medo, evitando así la letal puntería de los arqueros del Gran Rey y entablando un brutal cuerpo a cuerpo con la débil infantería iránica. Era su única posibilidad de victoria. Y lo consiguieron.


Empujaron a los sorprendidos persas hasta el mar y les causaron gran mortandad. Datis, entreviendo una postrera opción de paliar la derrota, embarcó con lo que le quedaba de flota y se dirigió rumbo a la indefensa Atenas. Milcíades adivinó la hábil treta y mandó a su mejor corredor, Fidípides, a que avisara a sus conciudadanos de la victoria en Maratón. Éste lo hizo, y antes de caer extenuado, gritó ¡Niké, Niké! y los atenienses cerraron la ciudad a cal y canto y fortificaron su acrópolis, ante la mirada resignada del maltrecho ejército iránico. Atenas, una sola ciudad, con el único apoyo de la pequeña Platea, había humillado y destrozado en el campo de batalla, contra todo pronóstico, al poderoso Imperio Persa, el más grande del mundo entonces conocido. Era la I Guerra Médica.


Diez años después, en el 480 a.C., el sucesor de Darío, Jerjes I, reunió, de entre todas las naciones de su vasto imperio, el ejército más temible, poderoso y numeroso jamás visto, y lo lanzó sobre la Hélade, buscando vengar la afrenta sufrida por su padre en Maratón. Los griegos, divididos, no se pusieron de acuerdo en la táctica defensiva a plantear. Esparta abandonó a su suerte a Atenas, prefirió hacerse fuerte en el Peloponeso, y mandó a una fuerza simbólica, 300 de sus mejores soldados, al mando del rey Leónidas, al desfiladero de las Termópilas, puerta natural de Grecia, paso ineludible para el gran ejército de Jerjes en su camino hacia Atenas. Los 300 espartanos, junto a una fuerza aliada de otras ciudades griegas, se enfrentaron, en diáfana inferioridad numérica, al inmenso ejército persa. Aprovechando la angostura del terreno, y demostrando un valor y una heroicidad memorables, los espartanos contuvieron los embates de la infantería meda, inflingiendo cuantiosas bajas a los iranios y humillando constantemente a los míticos Inmortales del Gran Rey.

Tras saberse traicionado por el griego Efialtes, Leónidas licenció a sus aliados y se enfrentó, sólo con sus 300 hombres, a la colosal horda persa. Tras resistir épicamente, murieron. Pero su sacrificio sirvió para que el resto de las ciudades griegas se unieran y prepararan un plan de lucha contra el invasor.

Meses después, la población ateniense veía cómo su ciudad ardía, pasto de las llamas, en una vorágine destructiva y atroz. Refugiados en la cercana isla de Salamina, los atenienses al mando de Temístocles, conservaban intacta su flota, con la que intentaron atraer a la armada persa a un combate naval en las aguas de Salamina. Jerjes aceptó el duelo, y sentado en el trono que se hizo construir expresamente para la ocasión, en la colina de Skaramangá, contempló atónito la derrota apabullante de su poderosa armada frente a la hábil y experimentada flota ateniense. El caos cundió en los iranios y los griegos obtuvieron una victoria redonda y completa, expulsando a los persas de sus aguas y, posteriormente, de toda la Hélade.

Era el fin de la II Guerra Médica.

Estos hechos, cuasi olvidados de la memoria colectiva de Occidente, son cruciales, fundamentales, en el devenir histórico de Europa y, consecuentemente, del mundo. La osadía intrépida y temeraria de los atenienses en Maratón, la abnegación y la heroicidad legendaria de Leónidas y sus espartanos en las Termópilas, y la astucia y valentía de Temístocles en Salamina constituyen episodios memorables, míticos y troncales en la Historia de la Humanidad. Nó sólo fueron gloriosas victorias en guerras locales. El triunfo de los griegos en estas tres batallas supone mucho más.
Supone la conservación, la salvación de una civilización, la helénica, que serviría de base y sustrato a los imperios y civilizaciones venideras, que se irían asentando sobre lo que éstos dejaron. La democracia, la filosofía, el derecho, la justicia, la medicina, la literatura, el teatro, las artes y las ciencias son los fundamentos de Occidente. Todo ello proviene de aquí, de Grecia. Cómo hablamos, cómo nos expresamos, nuestro color de piel, nuestras costumbres, nuestros estudios, nuestra cultura, nuestras tradiciones y todo cuanto somos, tiene sus raíces, invariablemente, en Grecia. En Atenas, en Esparta, en Argos, en Tebas, en Corinto...


Todo esto es lo que salvaron aquellos grandes hombres en Maratón, en las Termópilas y en Salamina. Si los persas hubieran conquistado Grecia, ahora mismo sería inimaginable nuestro mundo. Totalmente diferente y opuesto a lo que somos y conocemos hoy en día. Quizás seríamos más morenos, hablaríamos una lengua arábiga o iránica, y nuestra conciencia y pensamientos serían distintos. Quizás si los atenienses no hubieran alcanzado raudos las líneas persas, o si los espartanos no hubieran resistido estoicamente en aquel desfiladero, cumpliendo las leyes de su patria, o si el plan de Temístocles hubiera fracasado en Salamina, el curso de la Historia hubiera sido absoluta y completamente diferente.


Por eso, como descendientes y herederos directos de la cultura griega, a través de nuestra propia sangre griega, romana y árabe, tenemos el derecho de conocer lo que ocurrió en estas grandes citas de la Historia, y el deber de comprenderlas y, ante todo, de recordarlas y honrarlas. De recordar y honrar a los 192 atenienses y a los cientos de platenses muertos en Maratón; a los 300 espartanos que yacen en las Termópilas, y a los griegos a los que las aguas de Salamina sirvieron de sepulcro. De recordar y honrar sus nombres, su sacrificio y su gesta. En cumplimiento de su deber como ciudadanos y hombres libres. Pagaron el más alto tributo para defender su mundo, su libertad, su patria, su civilización, sus familias, sus vidas. Nuestro mundo.

Honor y gloria a los héroes de Maratón, Termópilas y Salamina.

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